Vademecum de jardín

…Como somos ignorantes no tomamos agua, no respiramos bien, vivimos de afán y destruimos la naturaleza; por eso nos enfermamos. Para equilibrarnos tenemos que usar plantas limpiadoras, fermentadoras y sanadoras que tenemos en la región…

Testimonio de Ana Virginia Robledo a Luz Marina Vélez

Imagen cortesía de @Zotea_col

Negros, indígenas, mestizos, españoles, árabes e ingleses. Venimos de la tierra y vivíamos con ella, con sus ciclos, con sus lunas. En el Popol Vuh veníamos del maíz; los negros hacen magia con sus plantas, con los minerales y con animales, con lo que la tierra les brindaba. Españoles e ingleses también jugaban con inviernos, primaveras, carnavales, lunas, cosechas y la disponibilidad de ciertos ingredientes a lo largo del año. Hoy es una realidad extraña, alejada. Podemos vivir en las ciudades sin verde, somos todopoderosos, encendemos la luz en la noche, la calefacción en el invierno y siempre hay comida en la nevera. Pero la tierra insiste en hablar, y hay algunos que la escuchan. 

Luisa Fernanda Alzate, por ejemplo, tiene en sus estados de Whatsapp algo que no coincide con las paredes blancas del hospital, ni con el estrés que se respira estos días. Hay suculentas, plantas aromáticas, la imagen de una huerta y fotos de aves. Vende huevos de gallina feliz. 

Está sentada de espaldas a la cafetería, mirando el espacio abierto. Utiliza pestañina y el cabello recogido muy apretado. Tiene puesto el tapabocas N95, el que utiliza el personal de la salud; es enfermera jefe en la UCI. Hace 18 años ejerce. 

Como es costumbre, hablamos del virus. Responde que todo bien, que cuidándose. 

  • ¿Le han tocado pacientes?
  • Sí. En este momento tengo dos. 

Pero no vengo a averiguar por COVID, ni miedos, sino más bien por plantas, por la esperanza, el verde entre el gris de las ciudades y el blanco del hospital. En esta época también están de moda. 

En Alemania, por citar un lugar, el interés por las parcelas de tierra de al menos 400 metros cuadrados se duplicó durante la pandemia y algunos blogs de huertas urbanas han aumentado por cuatro la cantidad de seguidores durante el mismo periodo de tiempo.  

Luisa me ofrece algo de tomar. Me siento frente a ella, en un espacio abierto, en una mesa de cafetería de hospital y empieza a contarme. Lleva dos años sembrando plantas en su propia huerta, comenzó con las ornamentales, cuando su marido le enseñó y ahora tiene aromáticas, hortalizas e incluyó gallinas para los huevos orgánicos.  

Es enfermera jefe, madre hace 8 años y hace 2 cultiva su propia huerta. Está convencida de que cada uno debería tener la suya, de que la mayoría de las enfermedades crónicas podrían evitarse si cambiamos desde jóvenes los factores modificables, como la alimentación.  Por eso en su casa no hay gaseosas y casi no consume procesados, además de dedicarle al menos tres horas al día a la tierra, a desconectarse de una realidad llena de estrés. 

“Cuando uno es profesional de la salud, uno es muy pegado a la medicina basado en la evidencia, si no está comprobado científicamente, uno lo interroga. Pero también nos debemos pegar de la cultura tradicional, de la historia, de cómo trataban anteriormente las enfermedades con plantas medicinales y la gente salía adelante. No vamos a curar el 100% de las cosas con esto, pero sí muchas dolencias, en lugar de tratarlas con antiinflamatorios, que te lesionan el hígado. Por qué no tratarlo con plantas, si hay evidencia popular de que sirve”, se cuestiona. 

Cortesía de Luisa Fernanda Alzate

El cuento de campesinas, abuelitas o señoras del Pacífico con una botella de viche curao´ en la casa,  no es muy popular en televisión, pero La industria Latinoamericana del Autocuidado, el Ministerio de Salud en Colombia, la Biblioteca Nacional de Medicina de los Estados Unidos, Journal of the American College of Nutrition, el Instituto Nacional de Salud de Puerto Rico, y un sinfín de instituciones médicas alrededor del mundo insisten en que para prevenir las enfermedades no transmisibles basta con comer sano. 

Pero un día se nos olvidó. Ya no nos importaba pisar al dios del maíz, como cuenta Laura Esquivel, y la caléndula de la abuelita para la cicatrización ya no servía sin fórmula médica o registro invima. Nos olvidamos del cuerpo y de la tierra y como dice Martín Barbero, se truncó la memoria colectiva y el desarraigo se volvió ley en las ciudades. 

Desde los años 60, con el triángulo de oro y la teoría para el desarrollo de América Latina, hubo una migración sin precedentes del campo a la ciudad y aunque las mujeres buscábamos reconocimiento en la vida pública y la ciudad prometía servicios públicos, nos quedamos sin lo que nuestras manos y nuestro cuerpo sabían. De pronto saber cultivar y hacer casa de madera o barro no parecía suficiente para sobrevivir. Había que estudiar, trabajar para otros, llenarnos los bolsillos de dinero para comprar la comida que dejó de ser nuestra. La soberanía alimentaria comenzó a ser un problema.

Este término lleva en boca del mundo desde 1996, cuando la FAO se refirió la seguridad alimentaria en la Cumbre Mundial de la Alimentación como el acceso a la comida. Ese mismo año, Vía Campesina, el movimiento campesino internacional, habló de la soberanía alimentaria, haciendo énfasis en la importancia de las culturas, los ecosistemas y la sociedad civil a la hora de tratar la alimentación y la capacidad de los pueblos de producir sus alimentos.

Parece complicado para quienes tienen un cactus y se muere. Toma tiempo, que ya no hay, empero para el que realmente quiere, basta incluso un trozo de cemento fracturado para germinar una planta. Luisa, por ejemplo, ya tiene una parcela, y aunque asegura que no quiere hacer de ella su negocio, igual vende plantas ornamentales, comestibles, aromáticas y los famosos huevos de gallina feliz. Los reparten con su esposo, en un carro blanco que dos días a la semana recorre Manizales entregando alimentos reales, y los que se comen el cuento, no solo le compran, sino que le copian y empiezan con un matero para la albahaca, el orégano o el jengibre, los aromáticos, los que ocupan menos espacio y los más curativos, sin lugar a dudas. 

Flor de muerto para el dolor de muelas; canela para los cólicos; resucitadoras para las picaduras de serpiente; hojas de yuca blanca para el reumatismo; ruda para los pulmones; jengibre para el dolor de garganta, limón para el hígado; baños de mata ratón para las gripas fuertes;  clavelillo para las hemorragias, y en medio de algo que parece magia, o supersticiones de abuelita, uno sabe que la cura de todos los males está en la tierra, y que no es más que ciencia combinada con tradición. 

Bastaba un poquito de tiempo para tener un vademécum en el jardín. Luisa, entonces, conecta su saber con su trabajo, y en el programa de cuidadores dictaba talleres de plantas medicinales, habla de la manzanilla para el sueño, de la dracaeda para purificar el ambiente, del poder antinflamatorio, del sabor, de la electroestática, y es evidente que ha logrado reconectarse con eso que la sociedad insiste en que olvidemos. 

Aparte de eso, difunde clases, textos y comparte semillas y “piecitos” de las plantas. No le interesa hacerse rica; como a la mayoría de los que creen en una causa. Solo quiere que otros logren lo que ella ya logró: cultivar su propio alimento y conectarse con la tierra, que hace tanto dejamos atrás. 

Cortesía de Luisa Fernanda Alzate

“Yo la verdad no lo veo como un negocio, porque yo soy mala para eso. Mi filosofía es que todos tengamos esa intención de tener una soberanía alimentaria, así sean dos materas, de lo que tú más consumas, pero que lo siembres tú, que lo coseches y que comas sano. Eso es lo más importante, y lo podemos hacer en cualquier lado”, dice. 

Y basta que preguntemos un poco, que tengamos ganas, que compremos un matero, o pongamos una llanta con tierra en el patio para que la vida surja de lo que era una cebolla, una naranja, un pedazo de jengibre. Basta tener ganas para comprar un tomate menos, para comer mejor, para hacer de nuestra salud algo que nos pertenece, algo que podemos cultivar. 

4 Comentarios Agrega el tuyo

  1. John Jairo Quintero dice:

    Que hermoso reconocimiento al amor de mi vida. Una persona que tiene una visión libre, fuera del sistema y con una filosofía de hacer el bien desde su profesión y también en su hogar. Un ejemplo a seguir…

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    1. Gracias por tu comentario, John. Tú lo has dicho Luisa es un ejemplo, esperamos que su historia inspire a otros.

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  2. Ramón ceballos dice:

    Hermoso

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