Entre frutas y grafitis

Los grafitis, del barrio de la Candelaria, en Bogotá se han vuelto tan significativos que incluso hay un recorrido que llevan a verlos. Rostros de indígenas, paredes de colores, aves endémicas, y restaurantes decorados con figuras sobrepuestas invitan a tomarse fotografías junto a ellas.

La calle 12C con carrera 1 no es la excepción. 9 containers intervenidos artísticamente alojan temporalmente a 29 comerciantes de la plaza de la Concordia, que en la actualidad atraviesa un proceso de intervención estructural a cargo del Instituto Distrital de Patrimonio Cultural (IDPC).

Su reestructuración hace parte de las iniciativas que tratan de reivindicar las plazas de mercado. De un lado, los programas gubernamentales buscan que estos espacios, más allá de lugares donde ir a comprar, se conviertan en atractivos para extranjeros y locales. Por el otro, comerciantes y compradores los promueven versus los supermercados por razones tan diversas como reducir el uso del plástico, comprarle a pequeños comerciantes en lugar de a las grandes cadenas o encontrar menores precios.

Chucula es una bebida a base de cacao, que según el propietario, es tan famosa que ha ido hasta Alemania.

Aunque no fue sino hasta los años 80 cuando supermercados como el Éxito, El Ley, Olímpica y Carulla empezaron a posicionarse en el país, parece que el siglo XXI no podría pensarse sin la presencia de los mismos. Según las historias, a principios del siglo XX, diferentes comerciantes de Estados Unidos decidieron disminuir el tiempo necesario para atender a los clientes, así que en lugar de tener todo al por mayor y venderle al cliente la cantidad solicitada, armaban los paquetes con anterioridad y era el cliente quien elegía que llevar mientras caminaba por la tienda, necesitando así, menos empleados.

Ante este fenómeno que promete ahorrar tiempo, proyectos como el Sistema Distrital de Plazas de Mercado de Bogotá busca que las personas vuelvan a las plazas de mercado. A través de capacitaciones a comerciantes, actividades culturales y festivales gastronómicos, se propone incentivar el regreso a estos espacios como lugares donde sea posible el desarrollo económico de familias que siempre han vivido de ello, y como una alternativa que permita unir el campo y la ciudad.

Entre las 19 plazas del distrito, está la Concordia, octogenaria y apunto de verse como nueva. No se parece a las mayoristas o minoristas donde es posible ir a mercar desde temprano. A las nueve solo han abierto una tienda de abarrotes y 2 restaurantes donde es posible desayunar. Alrededor de las 10 de la mañana, entre niebla y lluvia, empiezan a abrir otros locales, como el café Quipiles o el restaurante vegetariano.

El Café Quipiles ofrece cafés especiales en la plaza.

Huele a arveja, guiso, y cerca de Quipiles, a café. Tienen uno de Socorro, Santander, con notas a chocolate y mandarina, pero cada cierto tiempo rotan el proveedor, para asegurarse de comprar a varios campesinos y ofrecer un precio justo a los mismos. Lo traen desde Chinauta e Ibagué, en el Tolima; Cachipay y Quipile en Cundinamarca; y cuando hacen viajes, buscan caficultores en otros departamentos del país.

También hay un negocio de jugos; en Recetas de la abuela venden desayunos y almuerzos; más abajo hay un vivero, un mercado orgánico con tomates de Subachoque, papas moradas de Cundinamarca y café del Tolima y al final del recorrido, de oriente a occidente, hay un restaurante más, una frutería y un puesto de yogurt con frutas exóticas de Lácteos Gran Edén.

Pero eso no es todo. Se espera que en noviembre se reinaugure el recinto original de la plaza, que albergará 18 comerciantes más, adicional a la galería de arte Santa Fe, terrazas comerciales y actividades culturales constantes, que buscarán reposicionar la tradición de una de las 3 plazas de mercado consideradas bien de interés cultural en Bogotá.

Si está en el chorro de Quevedo, puede caminar un minuto hacia el sur y encontrarse con la plaza. Está rodeada de lonas azules y huecos en las calles aledañas por las construcciones que se realizan. Pero los containers prometen almuerzos económicos, productos orgánicos, y si está de buenas, conversaciones con los comerciantes del lugar. Además de poder disfrutar de la biodiversidad del país entre frutas como chirimoyas, guanábanas, lulos, maracuyás y tomates de árbol.

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